Algunas noches, la tierruca me llama. El verde brumoso de los montes en los lluviosos días del final del otoño. El sonido del mar abrazando la costa a la hora del atardecer. El olor del puchero en la lumbre del hogar. Porque el cántabro y el terruño son uno sólo. Como la niebla, impenetrables a vista descuidada, pero con la fuerza incontrolable del agua que busca su destino tras derribarse el primer dique. Tras los sinuosos caminos de la montaña se encuentran escondidas las comarcas del valle. El sueño siempre termina con el regreso del viajero, porque por largo que sea, el camino siempre lleva a casa. Entonces, bajo el manto estrellado del cielo del norte, cierro los ojos y duermo feliz contigo, resguardados del viento de la noche.
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