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miércoles, 6 de mayo de 2015

Keynesiano Barcelona

Hacía tiempo que no me ponía tan nervioso viendo al Barcelona. He asistido desesperado a una tensa primera parte y a las continuas alternativas en el juego, no dejando de admirar la valentía de un Guardiola que siempre sale como los buenos trapecistas. Sin red. 

Pero debo decir que de alguna manera, y quizá adormecido por años de cansina posesión, ansiaba la llegada del macrodesequilibrio presente. Porque ahora Messi, como la buena política fiscal, aparece como remedio coyuntural y decisivo, y no como pincelada de color casi invisible en el blanco y negro nostálgico de un tiquitaca obsoleto. As usual, los tipos bajos siguen estimulando la inversión, pero en este caso en proyectos con olor a gol. Con este nuevo banquero central, salimos de cara y en vertical, para bien o para mal. El Keynesiano corto plazo del ataque directo ha sustituido al calmado pase en busca del hueco, y creo que era lo que tocaba, porque a largo plazo, todos roques. Xavi cumple como profesor emérito (que ya le tocaba). Rakitic es un desastre, pero da salsa. Y rodeado de vikingos, he coreado por lo bajini un mantra después de que Neymar vengara a Pacman y fusilara de caño al chulito de Mayweather Neuer. Como su primo Adolfo, un apellido perfecto para una transición necesaria. Las seis letras que llevará mi camiseta si nos enfrentamos al Madrid en la final de Champions. Qué mejor elección para el anillo de compromiso. Espero poder gritarlo al cielo madrileño en breve. ¡bota el centro...marca Suárez!!


jueves, 12 de febrero de 2015

Economía neoclásica...y Tal (Mijaíl)




Buceando en la interesante serie de opiniones sobre el historiador británico Niall Ferguson que escribe Jesús Fernández-Villaverde, me encuentro con la siguiente reflexión del autor:
"[...] en general no entiendo nunca los modelos donde la demanda importa en el largo plazo. Aunque en el corto plazo las rigideces de precios y salarios pueden dar un papel a la demanda agregada como determinante del nivel de equilibrio de output que no se daría en el caso de precios perfectamente flexibles, en el largo plazo tengo la profunda convicción que los precios terminan siempre ajustándose (aunque lleve una década)"
Confrontado con la rotunda afirmación, no puedo evitar observar ciertos signos de rebeldía en el keynesiano reconstituido con el que convivo. Aceptando, como toda la corriente principal, la importancia de los factores de oferta, y en concreto de la productividad en el largo plazo, y no negando el progresivo ajuste de precios, me parece importante además pensar en el modo en el que las cicatrices de las malas decisiones del corto condicionan el devenir futuro de las economías modernas. Los fallos de demanda efectiva de Leijonhufvud y Clower y otros elementos relevantes, como los arreglos institucionales del momento (reglas del juego), resaltados por Acemoglu y Robinson, dejan sin duda impresas sus huellas , y a modo de hojas de Morgul, las heridas abiertas quizá nunca lleguen a cicatrizar del todo. Del mismo modo que creo evidente que la resaca de los inciertos 70 nos dejó con unas tasas de paro a todas luces difícilmente aceptables, considero además que podemos llevar el argumento más allá y hablar de manera más general de la conocida diferencia entre táctica y estrategia, y de su interacción simbiótica lo largo del tiempo, que explica en última instancia los resultados tanto de los juegos como de las guerras. Sin duda, el éxito del plan a largo plazo (estrategia) se ve condicionado por la habilidad para maniobrar en distancias temporales cortas (táctica) y las circunstancias imponderables que existen en un tiempo relativamente inmediato. Lo mismo que, como bien comprobó Napoleón, la táctica es inútil sin un buen y definido plan general, todo el edificio construido sobre la base de la productividad y el crecimiento tecnológico que es la teoría del crecimiento futuro se derrumba sin un buen tratamiento de las crisis del corto plazo. 

Se me ocurre que por ello, parafraseando a Skidelsky, el maestro está de vuelta. Y no sólo me refiero a mi admirado Keynes y su visión impresionista de un sector público activo que garantice la prosperidad y el camino correcto. Sino a otro mago, ajedrecista y nacido en Riga. Conocí por primera vez a Miguel (sintomática castellanización de nombre que en sí misma constituye una curiosa muestra de histéresis lingüistica heredada de tiempos más oscuros) en una de las viejas revistas de mi padre, cuando daba sus últimos coletazos a un todavía respetable nivel competitivo. En efecto, el juego del Gran Maestro Mikhail Tahl siempre tuvo presente las circunstancias y peculiaridades del corto plazo, y la importancia decisiva del mismo sobre la victoria final de la partida. Tahl enredaba al rival en inesperadas variantes y sacrificios, moviéndose como pez en el agua bajo presión, mientras su rival no encontraba la salida y terminaba frustrado y con un cero en el casillero del torneo de turno. Dado mi gusto por la crónica en rosa, no puedo dejar de citar el curioso pensamiento que según sus propias declaraciones le asaltó en cierta partida (transcripción obtenida de esta bonita página):
"Nunca olvidaré, por citar un ejemplo, mi encuentro con el maestro Eugenio Vasiukov (Kiev, 1964), durante uno de los campeonatos de la URSS. La posición en el tablero era muy compleja y pensaba sacrificar un caballo. No era una variante muy clara, puesto que existían muchas posibilidades. Comencé a calcular y me horrorizó la idea de que el sacrificio fuera falso. Las ideas se me amontonaban en la cabeza: una respuesta correcta del contrario en determinada situación la traspasaba a otra variante y allí, naturalmente, aquel movimiento era inoportuno por completo. Lo concreto es que en mi mente se formaba un montón caótico de movimientos, a veces incluso sin ninguna relación entre sí. No sé por qué, pero en aquel instante recordé la célebre poesía infantil de Korney Chukovski:¡Oh, qué difícil debe ser el trabajo de sacar a un hipopótamo del pantano!"

Recuerdo que en mi cabeza se amontonaban cabrestantes, palancas, helicópteros e incluso, una escalera de cuerda. Después de numerosos intentos no encontré ningún método aceptable para sacarle del pantano, y pensé con amargura: "¡Pues que se ahogue!" Y así el hipopótamo desapareció del tablero y me encontré con que la posición era más clara de lo que creía y, por supuesto, sacrifiqué el caballo.

Al día siguiente en la prensa se escribió: "Mikhail Tahl, después de analizar durante más de 50 minutos la posición sacrificó acertadamente una pieza...".
El mismo Bobby Fischer, después de perder cuatro partidas consecutivas en un torneo de candidatos expresó la idea perfectamente 
"Cuatro veces tuve posición ganadora....¡y las cuatro acabé perdiendo!"
Lo más curioso es que el análisis posterior de las partidas aumentaba el regusto amargo de la derrota, al revelar en muchos casos que, encerrados en el particular laberinto de Tal, los rivales ignoraban sistemáticamente respuestas que se revelaban adecuadas una vez pasado el trago. El componente psicológico del juego, dominado perfectamente por el acostumbrado Mijaíl, jugaba con frecuencia a su favor, y hacía que sus rivales escogieran una y otra vez opciones inferiores de movimiento de las piezas.

Si el campeón del mundo de ajedrez del bisiesto año de 1960 (pleno auge del keynesianismo práctico, por cierto) estuviera por aquí, seguro que me recordaría con voz aguardentosa, que la demanda (y en el lenguaje de los escaques, el corto plazo y la táctica) importan (y mucho). Porque la fuerza del consumo, la inversión y el sector exterior, pilares del gasto agregado, son indisolubles de la estabilidad necesaria para sostener un incremento de la productividad en el largo, que garantice un mayor nivel de consumo por trabajador a la manera de Solow. El sostenimiento de la demanda, en este sentido, consigue la permanencia en ese pasillo neoclásico del que ya hablé en anteriores entradas, y que es la base de mi idea general sobre el funcionamiento dinámico de la economía. Dentro de la senda de baldosas amarillas, la coordinación del sistema funciona, y en última instancia, retiene la manaza de Smith. Evitando un mate pastor prematuro, que dé al traste con la armonía futura que la seducción de la economía neoclásica promete. Y, por cierto, aprovecharía para reivindicar (y yo con él) la conveniencia de incluir el ajedrez en los planes educativos. Los resultados parecen prometedores, cuando menos.





sábado, 25 de octubre de 2014

Octubre y el viento del cambio

Como bien sabe Pablo Iglesias, octubre es mes de revoluciones y crisis, y quizá la fecha de la fundación de Podemos como partido no tenga nada de casual. En 1917, los rusos acabaron con la segunda servidumbre bajo el régimen de los zares, y empezaron un sueño que saltó en pedazos el día que el muro de la vergüenza pasaba a ser nada más que un collage de grafittis. Unos años más tarde, la Bolsa de Nueva York vivía uno de sus días más negros. Final de los felices 20 y umbral de la Gran Depresión de los 30, el acontecimiento transformó la visión de los economistas, desde posiciones cercanas más propias del "Por qué tocas" de Amador al nacimiento de toda una disciplina nueva: la macroeconomía (entonces y todavía) imperfecta delineada por ese pintor mpresionista de nombre Juan, Meinardo para los amigos.

Por los caprichos de la historia, quiso la casualidad que fuera en este mismo mes de 1973 cuando la primera crisis del petróleo sacudió las keynesianas convenciones de un mundo todavía inocente, llevando consigo tanto el final de la edad de oro del crecimiento en los países occidentales como la multiplicación de las barbas masculinas y el redescubrimiento de Playmobil como opción viable debido a su austeridad en el uso del plástico juguetero. Los dados del cambio no faltarían a su cita en 1977, esta vez en la dormida piel de toro que habitamos. Los pactos de la Moncloa disiparon los nubarrones de una todavía incipiente democracia, abriendo las ventanas a la libertad. Quizá había adoquines bajo la arena de la playa, pero las cosas se explicaron y salimos adelante.

Aquí estamos otra vez, en este octubre de tarjetas black. Sopla el viento del cambio. Esperemos que en la buena dirección. En las próximas semanas, escribiré en el blog mis ideas al respecto.

PD: la maravilla que enlazo a continuación fue interpretada por primera vez, como no, un Octubre de hace ya un tiempo.



sábado, 15 de febrero de 2014

Axel Leijonhufvud y aquel viejo zapato marrón

En febrero de 1969, y como una cara B del single de la Balada de John y Yoko, los Beatles nos regalaron Old Brown Shoe, obra maestra de Harrison. Su producción relativamente tosca y el carácter experimental de la grabación de las voces (con George encarado frente a una de las esquinas del estudio para probar el efecto de distintos ecos de lejanía) esconden en cierta manera lo que para mí es una de sus grandes obras maestras. La línea de bajo dibuja una deliciosa melodía propia, acompañada por una magistral percusión, que envuelve el tema. El conjunto se ve rematado con una enigmática letra sobre opuestos que lo hace imprescindible en cualquiera de mis recopilaciones caseras de los Fab Four.


Unos años después, empezando en los duros 70 y evolucionando hasta hoy mismo, Axel Leijonhufvud nos regalaba su particular cara B de pensamiento económico, quizá repleta de imperfecciones y argumentos ambiguos, pero que me parece (como ilustra extensamente mejor que yo el exquisito Juan Urrutia aquí y aquí ) una idea sólida para sentar las bases de una nueva manera de pensar y actuar frente a las crisis financiera de la actualidad. Una idea quizá olvidada y en espera de rehabilitación, como tantas joyas de los cuatro de Liverpool. 


Aquí viene la intuición: la vigilancia y acción deben centrarse sobre los mecanismos que garantizan la estabilidad del sistema. En evitar la aparición y el impacto de esos mecanismos que separan a la economía de su senda de crecimiento (que puede ser entendida como un particular camino de baldosas amarillas hacia la tierra de Oz, pero esta vez sin mago farsante).


En su hipótesis del pasillo neoclásico, nos sugiere Leijonhufvud pensar en dos regiones fundamentales en las que se podría situar la economía de un país a lo largo de su evolución en el tiempo, y que nos podrían ayudar a caracterizar por tanto los ciclos económicos.

  • Región Neoclásica (o “dentro del pasillo”). En ella, los mecanismos de ajuste propios del mercado hacen que las perturbaciones se corrijan, retornando a una senda estable de crecimiento sin necesidad de intervención de carácter extraordinario. Las políticas monetarias y fiscales tradicionales son suficientes para mantener la economía dentro de un equilibrio razonable. En estas situaciones, el ajuste de los precios realiza el trabajo de devolver a la economía a la senda de prosperidad. El gran peso del ajuste lo lleva por tanto la denominada “Mano Invisible” de Adam Smith, y las políticas tienen el único efecto de “suavizar” el impacto de los vaivenes de la actividad (ciclos económicos) sobre el crecimiento. 
  • Región keynesiana (o “fuera del pasillo”). En esta zona, el sistema carece de propiedades de autorregulación. Si una perturbación es lo suficientemente importante (crisis financieras globales, explosión de burbujas especulativas) se ponen en marcha procesos de retroalimentación que en vez de corregir los desvíos los amplifican. La idea general es la misma que la del multiplicador de Keynes-Kahn: un cambio inicial genera un efecto en cadena que aleja a la economía más y más de una hipotética situación de equilibrio “deseable”. Así por ejemplo, podríamos citar los efectos de la quiebra de una gran entidad bancaria. La crisis de liquidez que trae como consecuencia se propaga rápidamente, causando cierres en cadena y restricciones del ingreso de los consumidores que pueden comprometer la estabilidad del sistema y, en última instancia, su existencia misma.

¿Cuál es la anchura del pasillo neoclásico? ¿qué variables nos desvían de él? ¿Qué instituciones pueden aumentar la estabilidad del conjunto?. Podría ser interesante intentar pensar en el rol de las políticas de estabilización en este contexto. La existencia de una política monetaria adecuada ensancharía la región neoclásica, actuando además como un "mullido colchón", en palabras del propio Urrutia, que evita que el tren de la economía se salga de la vía. Es evidente que la adopción de políticas irresponsables (como el recurso a la impresión de dinero para pagar deudas) puede estrechar de tal manera el pasillo neoclásico que cualquier perturbación puede retroalimentarse hasta provocar una crisis de graves consecuencias. Una política monetaria irresponsable sería por tanto el equivalente a retirar la red durante la actuación de un equilibrista. Hasta la más pequeña ráfaga de viento podría tener graves consecuencias sobre la estabilidad del artista. 



La política fiscal enérgica podría pensarse como el “desfibrilador” utilizado en caso de urgencia. Una vez que la economía se encuentra dentro de una de las regiones keynesianas, parece claro que la necesidad de acción es imperativa, pues la existencia misma del sistema puede depender de ello. Sin embargo, se deben señalar en este punto algunas limitaciones fundamentales al empleo del presupuesto público en estos contextos. 


En primer lugar, el buen uso del desfibrilador requiere primero la conexión a una fuente de corriente. Si la economía se encuentra lastrada por un problema de déficit o de un sistema financiero inoperante, difícilmente puede el estímulo fiscal llevarse a cabo sin producir consecuencias incluso peores que las que en principio trataba de remediar. En segundo término, no debemos perder de vista el carácter excepcional de las medidas tomadas en este sentido. De la misma manera que el desfibrilador sólo sería adecuado para situaciones concretas, no se deben confundir remedios coyunturales con estructurales. Se podría argumentar a este respecto que los remedios keynesianos surgieron en un contexto determinado (la Gran Depresión de los años 30) y para responder a una situación determinada, pero que dejan sin resolver aspectos fundamentales para asegurar el buen comportamiento de las economías en el largo plazo (crecimiento de la productividad, mejora del capital humano y las instituciones, etc.). Garicano lo resume perfectamente: ser más productivos para vivir mejor. Y eso implica prestar atención a la mejora del capital humano.


El tipo de políticas concretas que se deberían utilizar parece también un aspecto muy relevante. La primera idea que me parece clara es que se deberían priorizar aquellos gastos públicos que expulsen el mínimo posible de inversión privada. En concreto, gastos en I+D o investigación básica aparecen como claramente adecuados. Por un lado, se trata de aspectos en los que la iniciativa privada podría no intervenir en la magnitud suficiente, debido a la dificultad de obtener rentabilidad a corto plazo de las mismas. Por otro, son garantía de productividad, y por tanto bienestar futuro.

Por último en esta nube desordenada de ideas, quizá, un aspecto importante relacionado con las políticas de estabilización es la secuencia temporal de las políticas. El orden seguido en la aplicación de las medidas dependerá de la situación de la economía en el momento de la crisis. Parece evidente, tal y como señala Leijonhufvud, que la aplicación de políticas monetarias o fiscales al rescate de entidades no puede generar efectos inmediatos en la economía real. Con toda seguridad, las entidades con problemas utilizarán el dinero para cubrir los agujeros de sus balances, y por tanto , las inyecciones de liquidez no se reflejarán en un aumento del crédito para las empresas. Es por ello que la secuencia que se debería seguir ante una crisis del sistema financiero parece clara: en primer lugar, reconocimiento de las pérdidas. Después, intento de reparación del sistema. Y en última instancia, estímulo propiamente dicho. El problema prioritario por tanto será sanear el sistema financiero, ya que se trata de una condición necesaria para que las medidas de estímulo de la inversión tengan un verdadero efecto sobre la economía real, y en última instancia sobre el empleo. 

Incluso por su físico, coincidente en los fundamental con el del manchego inmortal, Leijonhufvud se me aparece como un Quijote entre los Sanchos realistas de la teoría económica actual. Esperemos que, como la obra maestra que enlazo a continuación, sus ideas encuentren el lugar que creo que merecen dentro de la profesión. O al menos, y tal como ocurre en la obra de Cervantes, que el idealismo del hidalgo tiña de esperanza la resignación existencial del escudero.




domingo, 29 de septiembre de 2013

La macro de System of a Down

La Macroeconomía es una sinfonía inacabada con varias propuestas de continuación. Los neoclásicos buscaron la inspiración en Mozart, toda variación del tema principal se despliega en el tiempo y converge en torno a una palabra clave: equilibrio. La composición era bella y natural, de dinámica elegante, autocontenida en ecuaciones que ordenadamente explican mucho con poco. Una economía a la medida de Newton, pero sin la capacidad de éste de mandar un cohete a la Luna. Ocurre que lo armonioso no es real, la sopa primigenia no es vida. Y llegó Keynes, el primer romántico, un Beethoven de pasión, de subidas y bajadas, economías estancadas en el desempleo y donde la Mano Invisible de Smith no se ve porque en muchas ocasiones no está. Y con él, uno años después, la macro del desequilibrio, la idea de fallos de coordinación que hacen que la economía no vuelva al equilibrio del libro de texto, que las perturbaciones se amplifican en vez de corregirse, hasta hacerse más audibles que el tema principal. Como la bella durmiente, la corriente se encuentra, por razones variadas, en un relativo olvido. El equilibrio con fricciones es hoy el estándar (aquí, un resumen de la metodología moderna al respecto).

Quizá, y a la vista de  la última crisis práctica y teórica, se necesita una teoría cuántica de la macro que sustituya la tradición newtoniana. La incertidumbre, la incapacidad inherente de predicción, los problemas de distribución de la renta, la irracionalidad, la ética....¡y el desorden en el sistema!





jueves, 29 de agosto de 2013

Keynes y la escalera al cielo


Le gustaba decir a Hicks que John Maynard Keynes fue un verdadero impresionista, al estilo de Monet o Renoir. Sin definir con exactitud el trazo de los detalles, el inglés supo ver y delinear el aspecto general de esa obra luminosa que desde entonces llamamos macroeconomía. A partir de los 60, los economistas se lanzaron a la carrera por los microfundamentos de la macro. Keynes intuyó la casa, pero ¿cuáles eran los cimientos? ¿cuál era la escalera adecuada al cielo que se intuía?.

En los 70, Leijonhufvud (con un sorprendente parecido físico a Don Quijote) planteó su visión. Dinámicas de desequilibrio que alejaban a la economía del pleno empleo en determinadas condiciones. Ausencia de la mano invisible de Smith, problemas y ruido en los mercados financieros y de trabajo. Tras unos años de pujanza, todo ello quedó en el olvido. Triunfaron los elegantes modelos de Equilibrio General Dinámico. expectativas racionales y optimización intertemporal. Música de Mozart para las refinadas mentes matemáticas de las nuevas generaciones. El problema de la estabilización parecía resuelto. Pero cada vez está más claro que fue una ilusión. No era de Mozart la sinfonía económica. Quizá tengamos que volver a los 70...y empezar por donde lo dejamos.