He insistido ya en este pequeño archivo de impresiones en que el umbral de los 30 es momento de mirar atrás y reflexionar sobre el cambio acelerado de tu última década. Y es verdad que muchas veces me he preguntado qué me diría a mi mismo con 10 años menos. La respuesta la tengo clara. "Tienes derecho a confundirte, y posiblemente la necesidad de hacerlo. Las veces que sea. Con tal que aprendas de cada uno de los errores y busques el camino que de verdad es el tuyo".
Además de nuestras comparables condiciones para el basket, tengo en común con Lebron James que ambos somos hijos del orwelliano año 84, por lo que puedo suponer que se encuentra envuelto en el mismo dilema metafísico. Me alegra comprobar que parece haber encontrado la senda tras unos años de nubes bajo el sol dorado de Miami. Y como es natural, ésta lleva de vuelta al lugar que nunca debió abandonar. A casa, a la sufrida Cleveland, que le recibirá como al hijo pródigo de la parábola. No puedo evitar sin embargo tener la sensación que tanto él como yo nos podríamos haber ahorrado ciertos rodeos si desde el principio hubiéramos escuchado las sabias palabras de dos genios. Allí estaban, susurradas al viento, esperando para el que tenga oídos.
Si acciono el ya vetusto cinexin de mis primeros recuerdos, la década de los ochenta aparece como una nube vertiginosa, borrosa por momentos, pero que deja entrever la suficiente claridad para distinguir desde mis ojos de curioso retaco los trazos fundamentales de un cuadro al que recurro con frecuencia en mi búsqueda continua del punto fijo.
La cinta VHS de mi memoria comenzó la grabación cuando los personajes principales y el drama ya estaban ahí. Comienza la película, que no mi defectuosa reproducción, con la invasión soviética de Afganistán y el boicot americano a los juegos de Moscú. Cuando parecía que volvía a empezar, John Lennon nos dejó en cierta manera aunque nunca se fue, y Reagan cautivó con su profesional oratoria de actor de Hollywood a una América ahogada por el dragón de la recesión, y en la que salía más barato pedir prestado a la mafia que al banco de supuesta confianza. En nuestra tierra de conejos, Felipe llegó del barrio de la Estrella, al Este de Sainz de Baranda, entre promesas de un cambio que se produjo, aunque el final del cuento no fuera todo lo feliz que se barruntaba, quedando como epílogo un sonoro divorcio de ese Alfonso de combativo apellido que levantaba el brazo de su compañero ante la multitud expectante delante del hotel Palace.
Recorro por fin entonces mi propio metraje al distinguir a mi padre, delgado y con el primer botón de la camisa desabrochado, con los ojos como platos, al calor de las estrellas. Me parece todavía distinguir el blazer y la poblada barba de Ramón Trecet. A su vera, Vicente Salaner. Tardes de ajedrez entre ducados y la casa llena de novelas de espías de un tiempo ya en los libros.
Ante el primer amago de carta de ajuste, y tras un paso demasiado fugaz quizá por las alegres navidades en casa de los abuelos, distingo entre la niebla de una cinta ya algo menos magnética la permanente de mi madre, que proféticamente indicaba una constancia en su labor y cariño que sigue estando de actualidad. Advierto cierta saturación en el contraste, aparentemente irresoluble desde el mando a distancia neuronal que controla la incierta navegación por mis orígenes. Y es entonces cuando me llega la iluminación que pone broche al esfuerzo. Los 80 fueron de eso. De posiciones encontradas y visiones contrapuestas. La zurda genial pero malhumorada de McEnroe contra la frialdad robótica pero eficaz del machacón Lendl. El soberbio, no sólo por su calidad, Madrid de la Quinta de Buitre contra un alicaído pero emergente Barcelona todavía de diván. El estilista González frente al competitivo Abascal. Karpov, el rey de las ventajas minúsculas, frente al tigre enjaulado Kasparov. El exquisito Norris contra el esforzado Martín. Los bloques de la Guerra Fría, y Alemania dividida.
Me alegra que la década acabara con algo de esperanza. Lo mismo que un Karpov ya con nieve en las sienes intentó visitar en la cárcel a su irreconciliable rival unos años después, denunciando con el gesto la persecución política de los disidentes, el muro cayó en aquél noviembre del 89. Ambos acontecimientos, en lo grande y lo pequeño, estuvieron cronológicamente separados. Pero me parecen simbólicos de que al final los enemigos no lo son tanto, aunque toda una década se dedicara a subrayar lo que nos separa. Así que sí, en efecto. Australian Blonde tiene toda la razón y llega el fundido a negro con su sintética conclusión. Lakers and Celtics....eso fueron los 80. y a mí me gustaría pensar en un final atemporal con los dos equipos abrazados en el centro del campo.
En estos tiempos oscuros Lebronianos, nunca viene mal recordar unos versículos del Libro del Basketball Jesus (alabado sea su rubio bigote).
Minuto 4:10 del vídeo. "y entonces, el banquillo de Atlanta se derrumba literalmente ante el espectáculo del pájaro de Indiana". Palabra de Bird. Te alabamos, fúndenos.
7 segundos o menos. Ese era su lema. El tiempo que tardaban en desenfundar, dejando al rival sin opción de respuesta. Posesiones rápidas, ritmo infernal, dominio absoluto del Pick and Roll. El estilo propio de los forajidos del Estado de Arizona, la frontera de la Unión, tierra ocre de las tormentas de arena. Primero disparo y luego pregunto. Como director de orquesta, un rostro pálido con alma de Apache Chiricagua. El más rápido del Oeste. El gran Steve Nash, el Sheriff bajo el árido sol de Phoenix. Y de punta de lanza, Amare Stoudemire. Uno de los mejores ataques que he visto. Forastero, nunca debiste cruzar la frontera.
En el conservador Estado de Kentucky (con permiso de Ramoncín) son sin duda los verdaderos reyes del pollo frito. Pero además, si este territorio del corazón de la Unión destaca por algo es probablemente por su afición al deporte. Con uno de los derbys hípicos más conocidos del mundo, es la patria chica de Mohammed Alí y cuenta con una de las rivalidades más encarnizadas del baloncesto universitario: los Cardinals de Louisville contra los Wildcats de la Universidad de Kentucky. La tradición en el deporte de la canasta de ambas escuelas ha atraído tradicionalmente a los jóvenes más prometedores de cada generación, y ha dejado momentos inolvidables para el aficionado.
Los 80 fueron para los de Louisville, con una gran victoria en el Torneo Nacional en 1986, de la mano de Pervis "Never Nervous" Ellison. Pero en los 90, los gatos salvajes formaron uno de mis equipos favoritos. Con jugadores como Antoine Walker, Ron Mercer, Walter McCarty o Tony Delk, y dirigidos por el entrenador Pitino, practicaron una defensa presionante a toda la cancha verdaderamente revolucionaria. 1996 fue su año. Y el inicio de un nuevo estilo en el baloncesto universitario, basado en la defensa asfixiante y el lanzamiento triple. Por la misma época, el Coach Uru aplicaba una filosofía similar en el Santoña, con idénticos (y gloriosos) resultados. Baloncesto de postín. Y de postre, muslitos de pollo...o una ración de anchoas del cantábrico. Que son y serán absolutamente maravillosas, no os quepa la más mínima duda.
Había una vez un grupo de locos por el basket, que un día decidieron formar un equipo en Torrelavega. Y el equipo creció y creció, y llegó a ser el orgullo de un pueblo, jugando varias temporadas en ACB. De Sociedad de Amigos del Baloncesto a Lobos Cantabria, una historia de cuento que terminó en parte por las leyes de la gravedad económica y en otra por la desastrosa intervención política.
En los últimos años, el equipo languideció en el frío palacio de los deportes de Santander. Pero hubo un tiempo en el que los Harstad, Jackson, Ruiz Lorente, Thomas Jordan y demás formaron una aldea de irreductibles que resistía una y otra vez al invasor. Y la afición hizo que se conociera su cancha como la bombonera del cantábrico. Yo estuve allí, con los ojos como platos, el día que Vaughn derribó a Goliath. Y disfuté de aquel superclase que siempre fue Marc Jackson, dentro y fuera de la pista. Algún día volveremos. Porque aunque fuera por un breve instante de tiempo, nos hicieron soñar que éramos los mejores.
Nevada es el Estado de las apuestas. Separado de Utah durante la guerra de secesión, el corazón de este territorio desértico fue el lugar elegido para levantar la ciudad de Las Vegas. Muchos años después de su fundación, el entrenador Tarkanian decidió jugársela con el equipo de la universidad estatal.
Con métodos de captación en el borde de la legalidad (o directamente ilegales), reunió a un grupo con poco gusto por hincar codos, pero gran habilidad en la cancha. Lo de menos era la graduación de sus pupilos, el único objetivo era la victoria. Y con un superequipo formado entre otros por Larry Johnson, Greg Anthony o "Plastic man" Augmon consiguió la mayor diferencia de puntos de la historia de las finales NCAA. Luego vendrían los escándalos de sobornos, falsificación de notas, contratación ilegal... Por un momento, Tark The Shark tocó la gloria. El baloncesto de sus runnin' rebels fue maravilloso. Pero para mí, no fue más que la repetición de una historia tan vieja como la humanidad. El fin no justifica los medios. Por muy bonito que sea el resultado.
El entrenador Popovich es un hombre de la vieja escuela. Diplomado en estudios soviéticos, en los años de la guerra fría sirvió en el ejército del aire y estuvo a punto de enrolarse en la CIA. Metódico y disciplinado, decidió finalmente aplicar su mente analítica al baloncesto profesional. Tras obtener plenos poderes en los Spurs de San Antonio, comenzó lentamente a desarrollar el equipo en torno a Tim Duncan. Y le fue bien, eso está claro.
Desde hace ya más de una década, sus chicos del Álamo plantan batalla hasta la extenuación, como lo hicieron en el mismo escenario los pioneros tejanos ante el poderoso ejército mexicano. 4 entorchados les contemplan. Y una máxima en los años difíciles. hasta el último hombre, moriremos con las botas puestas. Aquí, una muestra de su ofensiva. Perfecto movimiento de las piezas hasta el jaque mate en forma de canasta. La obra de un auténtico espía de otra época. De un coach irrepetible, digno protagonista de novela de John Le Carré.
Seattle es una ciudad fascinante. Su nombre, inspirado por el gran jefe indio Noah Sealth, va ligado para sus orgullosos pobladores al apodo de Ciudad Esmeralda ,y a un distintivo sentimiento de pertenencia, avivado por su presencia perenne en el Ranking de mejores ciudades para vivir de los States.
Cuna de la música Grunge, sede central de Microsoft, única ciudad a salvo de los misiles de Cuba y patria chica de Starbucks, fue el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de un equipo irrepetible. cocinado a fuego lento y bien regado por los frecuentes días de lluvia del Norte de la costa oeste americana. De jardinero de aquella plantación de supersónicos, George Karl. Y como líderes, Shawn Kemp y Gary Payton. Hasta tenían un pivot con el fascinante nombre en traducción española de Ladrillowski. Marchando un frapuccino yutúbico con salsa de Montes y Sirope de Daimiel....Brindemos porque vuelvan pronto.
Dicen que al final la gente sólo se acuerda del vencedor. Yo creo que cuando un equipo, jugador o artista propone algo nuevo y original, o da todo lo que tiene en un ejemplo de entrega, queda grabado en la memoria colectiva, y eso tiene incluso más valor que la victoria final. No todo vale para ganar, y vencer no es una garantía de permanecer en el recuerdo. Brasil del 82, la Holanda de Cruyff, Los Carolina Panthers del 2004, los Suns de Nash, los Kings de Webber, Los Celtics del 87, Los Jazz de Malone y Stockton, La España de Clemente en el 94 y el 96, el Eres Tú de Mocedades...
Y aquí un un equipo que no conquistó el título, pero cambió la liga. Los Warriors de Don Nelson y del Run TMC (Tim Hardaway, Mitch Richmond, Chris Mullin). Cuatro exteriores, sin pivot puro ni nada que se parezca, talento desbocado...y al ataque!