Recuerdo aquella jugada como su fuera ayer. Se repetía una y otra vez en las cintas VHS de aquellas finales del 87, que como un verdadero tesoro aún conserva mi padre en el estante del armario. Rebote de Jabbar, balón para Magic, carril central. Byron Scott a su derecha, Worthy por la izquierda. Mirada a un lado con sonrisa incluida, balón al otro. Todo preparado para que Big Game James extendiera el brazo e hiciera el clásico mate balón arriba marca de la casa. Ningún niño de la época dejó de imitarlo en su pequeña canasta casera de todo a cien.
Instantes mágicos que poco a poco quedan atrás, pero nunca quedarán en el olvido. Viendo el burroncesto actual de Lebron y compañía, lleno de aclarados y uno contra el mundo, me doy cuenta de que la magia abandona estas costas. Parece el final del libro de fantasía que dos genios empezaron a escribir en aquellos años de mujeres con la permanente y bloques de cemento en primera línea de playa.
Sólo un alivio en forma de lingotazo yutúbico engaña a la nostalgia. Y todavía con el regusto añejo del parquet amarillo del Fórum, me parece distinguir al joven Trecet cubata en mano. Suena George Michael, y me siento cerca de aquellas estrellas. Esas que contemplábamos alucinados desde el otro lado del Atlántico.
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