Para bien o para mal, el capitalismo moderno es una jungla. Porque además de indudablemente salvaje y de tener en la cumbre del ciclo de la vida a leones de dientes largos y tarjetas black, todo el resto de hormiguitas que cada día nos levantamos con expectativa de un mañana más próspero estamos conectadas entre sí por un delicado y las más de las veces invisible equilibrio, más frágil de lo que nuestras sofisticadas televisiones de plasma parecen sugerir. Y es que sucede que como bisagra de todo el mecanismo se encuentra el sistema financiero, que básicamente se encarga de trasladar el ahorro conjunto de todos a proyectos de inversión que nos dan de comer. Así, mi actual puesto de trabajo es probablemente resultado de que un día el señor Montero pidió un crédito para montar el chiringuito, y sigue devolviéndolo en cómodos (o no) plazos. Ese crédito salió precisamente del ahorro de todos, depositado convenientemente en una entidad de préstamo o irresponsable caja. Añadiendo un épsilon más de riesgo, técnicamente, por cada depósito realizado, el banco puede guardar una parte y prestar el resto. Con el sistema de créditos se favorece la inversión (emprender actividades), pero también se consigue que la confianza sea una variable crítica. Si todos vamos al banco a la vez a retirar nuestro billete verde, ¡No habrá suficiente!, y tendremos que recurrir a la vieja máquina de imprimir de ese Rey Midas llamado Banco Central Europeo.
Queda claro y meridiano por tanto que una de las piedras angulares del sistema es esa especie de catalizadores de la reacción química económica que llamamos bancos. Por eso los rescatamos con el dinero de todos cuando son muy grandes y están en problemas. la teoría económica (que no la práctica) es clara al respecto: rescatar bancos, NO banqueros (estos a la cárcel si han gestionado ilegalmente. Y a responder con su patrimonio de las pérdidas). Es evidente por tanto, que sí sabemos lo que hay que hacer para humanizar lo salvaje. Vigilar riesgos y concesión de créditos, encarcelar ladrones, y prevenir a la población sobre las amenazas latentes o no tanto de la que nos alerta el siempre agudo Leijonhufvud. Porque si el sistema financiero cae, caeremos con él, por la vieja ley de la jungla. Aunque los de Podemos no lo entiendan, y sigan pensando en términos de granja colectivista.
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