lunes, 27 de octubre de 2014

Reflexiones de un octubre incierto (I). ¡Hay que cacarear!

A pesar de no haber llegado todavía al año 60, el descontento de la juventud posterior a la Segunda Guerra Mundial ya se hacía notar, quizá a cuentagotas, en ese mar de aparente prosperidad que eran los Estados Unidos de América posteriores al conflicto. Las generaciones transcurren, y a pesar de que muchas veces el cambio sea para volver a lo mismo, un pequeño épsilon de mejora habrá merecido la pena. Es por eso que estando en las antípodas de lo que representa Podemos, entiendo lo que dice el conservador Hernández Mancha, y en cierto modo me encuentro en el mismo barco que Pablo Iglesias y compañía al contemplar como los pastores que creíamos benevolentes ordeñan la vaca del Estado del Bienestar (ese que se debería escribir con mayúscula y letra setentaydos) para beneficio de sus cuentas en Suiza. Es la hora del cambio, y espero que así se manifieste en las próximas citas electorales. Espero que mi generación, quizá adormecida por el calor de una democracia ya familiar en la década de los 90 alce la voz, como lo está haciendo, y tome las riendas. Sí me gustaría (y esto lo hecho en falta) mayor rigor en las propuestas y soluciones planteadas. Dadme diez Fernández-Villaverdes por cada brindis al sol de Pablo Iglesias o Alberto Garzón con promesas irrealizables y poco sustentadas. Si la banca pública ha sido un desastre allí donde se ha puesto en marcha, y se ha convertido en un chiringuito con barra libre para los insiders, tomemos nota y no repitamos el error. Escuchemos y nombremos a los expertos. No más colocaciones a dedo ni reguladores que cruzan la puerta giratoria para convertirse en bien remunerados consejeros. Recuperemos el Estado de Derecho, caiga quien caiga. Y eso pasa por el cambio. No debiéramos permitir ruedas de prensa sin preguntas ni sesiones del Congreso en las que el "y tú más" calla la voz profunda de un pueblo ya hasta las narices de chorizos. No querría repetir, pese a su belleza descarnada, los primeros versos del aullido de Allen Ginsberg (aquí el poema entero).

"He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles..."

Es por ello que elijo una fuente más cercana a aquellos que fuimos niños en la segunda mitad de los felices (¿?) 90. La inquisitiva pero decidida voz de un niño perdido ya mayor, que no senil. No Ginsberg sino Spielberg. Recordando a un viejo y olvidadizo Peter Pan, todavía bajo la sombra del eterno capitán Garfio, que no se puede abdicar del deber. Y que el destino de Nunca Jamás nos pertenece.

"¡Hay que volar! ¡hay que luchar! ¡Hay que cacarear! ¡Y salvar a tus hijos!"




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