En mi peregrinar frecuente por las orillas de la corriente principal, de nuevo me he encontrado con un viejo amigo. Y es que Leijonhufvud nunca defrauda en lo que a intuiciones se refiere. Bien es cierto que, siguiendo el consejo de Fernández-Villaverde, suelo caminar precavido y no me detengo con cualquiera, pues heterodoxia e ignorancia son con frecuencia compañeras de viaje. El caso es que el Quijote sueco es mi debilidad, y freuentemente paso el resto del camino pensando en lo aprendido.
Como ya he escrito con anterioridad, la idea del pasillo neoclásico, aparecida por primera vez en un quizá injustamente olvidado legajo de 1973, me parece muy relevante para ordenar el pensamiento sobre los abundantes problemas de la macroeconomía actual. La intuición básica tiene que ver con la existencia de situaciones en las que los mecanismos autorreguladores propios del mercado (ajustes de precios) devuelven a la economía a un hipotética situación de crecimiento estable, en la que se consigue un grado de coordinación razonable y las variables más relacionadas con el bienestar último de los individuos se encuentran en valores" adecuados" (baja tasa de desempleo, confianza en las instituciones, buenas perspectivas de futuro). Más allá de los márgenes de la senda se extiende sin embargo la oscuridad. Los procesos multiplicadores que alejan a la economía de la estabilidad (endeudamiento contagioso, caídas sucesivas de la demanda efectiva y el empleo, desigualdad campante y discriminatoria, inestabilidad monetaria, ruptura de la confianza necesaria para la coordinación) acechan agazapados. Como buen Mufasa, ningún gobernante benevolente debería recomendar a los cachorros de león adentrarse en ese tipo de lugares poco conocidos, y se necesita una acción enérgica del Estado (políticas de rescate) para retornar a la armonía. Pues bien, la nueva idea sería introducir mayor cantidad de regiones. No hablar de blanco y negro sino de tonalidades de grises. Varias sendas rodeando a la homeostática en la que la Mano Invisible de Adam Smith y las señales de precios intuidas por Hayek campan a sus anchas y el mercado funciona como en los bonitos y estilizados modelos de economía de pizarrón. ¿Cuál es la anchura de cada una? ¿Qué políticas aplicar una vez definida la situación?. Aunque parezca que no, ya sabemos cosas. Aunque las escuelas de pensamiento discutan largamente sobre las indicaciones y contraindicaciones para el paciente de las distintas medicinas y medidas correctoras en función de la situación, la historia ha ido enseñando lecciones útiles: cuidado con el sistema financiero, salvar bancos puede que sí, salvar banqueros no, las políticas no son neutrales en materia de distribución, los controles de precios son una mala idea...
Llevando la intuición más allá, se trataría de establecer un marco de pensamiento que permita, acumulando lo que ya conocemos, delimitar áreas y anchuras, para luego aplicar el remedio. No es lo mismo buscar el éxito desde el green que en el rough. Salir del bunker requiere especial habilidad. Y no será porque nos falten Seves para solucionar incluso situaciones aparentemente desesperadas. Ahí están los Stiglitz y Akerlof, especialistas en zonas oscuras. O los Fernández-Villaverdes, expertos en mantener esa bolita de la que depende el bienestar de todos bien metida en la calle que asegure el mínimo de golpes posibles para reclamar el aplauso del público (obviemos por razones de confusión lo de meterla en el hoyo). Añadiría en esta visión las sabias palabras del profesor Anisi. A pesar de que esa gran bolsa de palos que es la teoría económica parece proveernos de material para superar cualquier amenaza de Bogey, precisamente en nuestra esclerótica Europa parece que el caddie no da con los palos correctos. Mucho corto, poco drive. Y en este caso parece que perdemos la Ryder de paliza. Pongámonos manos a la obra, porque la hierba es cuando menos alta. Pero antes de continuar, reclamo a viva voz la chaqueta verde de Augusta para alguien hace tiempo fuera del recocimiento oficial. Un brindis por Axel, que siempre está ahí, haciéndome maquinar a mi y a mis quizá sufridos alumnos. Deberían permitir incluso, como al inolvidable Ballesteros, llevarse la prenda a su Pedreña particular. Y de paso, que con el Gran Causelo y Anisi de testigos reales o espirituales, se la ponga Juan Urrutia, viejo compañero suyo en aquella efervescencia de los primeros 70.
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