miércoles, 12 de noviembre de 2014

Crónica en rosa (I) Paul Sweezy, un economista digno de Hollywood

Conocí de la existencia de Paul Marlor Sweezy (1910-2004) una fría mañana del otoño de 2003, mientras las primeras hojas desnudaban los esforzados árboles de aquel Santander ventoso que se me antojaba como gran metrópolis, alejada de los usos y costumbres de un todavía imberbe muchacho de pueblo.

Quizá sorprendido por la magnífica sonoridad del apellido, decidí prestar especial atención a la explicación, obteniendo como recompensa una idea razonable sobre el sencillo modelo que el profesor Coto desarrollaba en el moderno pizarrón del aula de segundo. Me pareció incluso natural la tendencia de los precios a permanecer relativamente fijos en presencia de mercados de oligopolio, y la intuición matemática de la curva discontinua de ingreso marginal en presencia de sencillas conjeturas sobre la variación del precio se me reveló como la obra de una mente preclara y sintética. La disyuntiva entre el miedo a una guerra de precios descendentes y el miedo a quedarse sólo en los incrementos es la clave que podría explicar, sin necesidad de conspiraciones explícitas contra el consumidor, la relativa falta de competencia en precios entre las empresas.

Poco a poco, y a pesar del cariño que siempre tuve por aquella primera artesanía, mi mente se fue llenando de juegos dinámicos, castigos a la traición y conspiraciones sofisticadas para amañar concursos en función de la fase lunar. Pero la curiosidad por Sweezy persistió, y me llevó a bucear en una trayectoria fascinante, entre extremos, que le llevó a ser conocido como el principal representante del Marxismo en la América conservadora de los tiempos de la Guerra Fría, a la vez que contribuía a la teoría neoclásica con su modelo de la demanda quebrada y mantenía (y defendía incluso con un proceso personal contra él) la llama de la libertad de expresión con la publicación de la revista radical Monthly Review cuando más se necesitaba, en plena época de la caza de brujas. Del primer número de aquella emblemática revista es precisamente este artículo de Einstein sobre la conveniencia del socialismo, que posiblemente no ha envejecido nada bien desde la perspectiva escéptica de nuestros días pero que constituye un ejemplo insuperable de los ideales de toda una época. A pesar de que no faltan los críticos que le acusan de cercano a las tesis estalinistas y de la innegable caída  en desgracia de la economía marxista dentro del mainstream, me gustaría destacar en esta pequeña reflexión dos rasgos distintivos de luz, olvidando las posibles sombras, que quedan en su caso para el hombre y su tiempo.

Por un lado, y a pesar del fracaso predictivo del marxismo ortodoxo, Sweezy supo ver más allá y más lejos. A pesar quizá de apoyarse en un gigante más frágil de lo que él hubiera querido, consiguió sintetizar en su libro de Teoría del Desarrollo Capitalista (1942) un modelo imperfecto pero cohesionado y más claro que el original del planteamiento marxista. E introdujo allá por los años 70 el concepto de financialización de la economía, como recurso utilizado por los capitalistas para emplear los excedentes procedentes del disfrute de sus posiciones de dominio. En este sentido, convendría volver la vista y analizar sus contribuciones. (un resumen general de las mismas aquí y uno de los aspectos financieros en este otro enlace)

Y por otro, una pintoresca nota teñida de crónica rosa. Sweezy fue un hombre de improbables aristas, hijo de su tiempo, lleno de paradojas y quizá por ello digno de atención. Su amistad quizá improbable con el conservador e irónico Schumpeter  (con el que llegó a mantener concurridos debates públicos) y la no disimulada admiración de colegas más ortodoxos como el brillante Samuelson (que llegó a decir, quizá con cierta melancolía tras su deriva posterior, que Sweezy apareció rápidamente como uno de los economistas más prometedores de su generación) me permite imaginarlo encantador aunque incisivo. Un ser atormentado y radical, aunque exquisitamente educado, como corresponde al producto improbable de un marxista hijo de banquero de Wall Street y educado en  Harvard y Exeter, A pesar de nunca conseguir un puesto en su Alma Mater como profesor estable, desarrolló una gran habilidad para la docencia, acrecentada quizá por su buena presencia. Puedo imaginarlo, impecablemente vestido con chaqueta de coderas, ya con nieve en las sienes. El aula a rebosar, esperando las lecciones sobre el problema de transformación del viejo radical. Y en mi mente, inevitablemente, se me aparece la imagen de otro Paul, también de ojos azules.

"Witty, and charismatic, Sweezy had a wide circle of friends, colleagues, and comrades, and an energetic social life..."

The Guardian, 2004.








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