Siempre que voy al supermercado, me acerco a la zona de conservas, quizá para comprobar que Santoña sigue ahí. En realidad a 500 km, pero tan cerca como el primer día. Tomo el estuche de Anchoas del Consorcio y las lágrimas casi se asoman a mis mejillas mientras lo abrazo disimuladamente con cariño, comprobando por supuesto que nadie me observa. Y hoy, doce de octubre, recuerdo el mucho cariño que le tengo a España. A laredo no. A los madridistas o a los de la academia Pepe tampoco. Pero sí al resto. Leche asturiana, cola cao catalán o pulpo gallego, complementarios todos en nuestra aparente contradicción existencial. Y como pequeño homenaje en nuestro día, un suspiro. Himno mucho más bonito que el actual, que nos reúne a todos bajo el manto protector de la piel de toro.
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