Escuché por primera vez Moonlight Shadow una lluviosa tarde de viernes, en un viejo radiocassete que amenizaba las clases de inglés del colegio de las monjas. Fue el triste día en que aquel chico llamado Ricardo, que creo recordar que vivía en el Sabas, se despidió de nosotros, abrazándonos uno a uno. La melodía se quedó conmigo desde entonces, asociada a aquellos compañeros del cole a los que siempre tendré un cariño especial. Más de 15 años después, tengo a veces la sensación de pasear por Santoña como un jubilado prematuro. Ya no hay videoclub Duque ni Flash, me faltan el chocolate y los petisús de Gadi. En vez de películas del Botxy, se venden Helados Gourmet. Don Vito no responde mis llamadas y no veo niños con babi a lo Superman. Menos mal que Ele y los Calvo siguen al pie del cañón. Y reconozco una cara conocida en la barca de Maurilio mientras me hincho a golosinas de Pumucki. Todavía hay esperanza en estos tiempos oscuros.
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