El mismo año que nacía Keynes (1883) se publicaba en su forma definitiva de libro "La isla del tesoro", de Robert Louis Stevenson. Más de 100 años después, mi padre me hizo descubrirlo. La inquietante llegada de aquel misterioso marinero a la posada del Almirante Benbow servía de preludio para una historia de peligros y aventura, que reproduje más de mil veces con aquella maravilla de la ingeniería juguetil llamada barco pirata de playmobil. Años después de todo aquello, recuerdo una magnífica escena en la película "La lengua de las mariposas", en la que el viejo maestro cede a su joven aprendiz una copia de la obra maestra del escocés Stevenson para llenar de sueños las largas tardes de verano de la Galicia rural. Buscando en su biblioteca el libro adecuado que obsequiar a su gorrión, Fernán Gómez se detiene un momento ante "La Conquista del pan", sólo para volver a guardarlo apresuradamente entre los tomos, y decantarse por el fascinante periplo de Jim Hawkins y el carismático Long John. Hoy he vuelto a recordarlo con el magnífico artículo de Manuel Vicent en El País, del que me permito tomar unas líneas de reflexión, que comparto a continuación, y con las que estoy, por experiencia propia, completamente de acuerdo.
"Está amaneciendo. Es la hora de los pájaros. A los colegios e institutos llegan en bandadas niños y chavales cargados con sus mochilas. Ellos no lo saben, pero todos se dirigen a la isla del tesoro. Puede que ignoren dónde está ese mar y en qué consiste la travesía y qué clase de cofre repleto de monedas de oro les espera realmente (...). La travesía va a ser larga, azarosa, llena de escollos. Muchos de estos niños y chavales tripulantes nunca avistarán las palmeras, unos por escasez de medios, otros por falta de esfuerzo o mala suerte, pero nadie les puede negar el derecho a arribar felizmente a la isla que señalaron los mapas como final de la travesía"
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