En su carácter indiscutible de capital de la región histórica de la Montaña, y quizá a pesar de ser (justamente) novia del mar, siempre pensé que Santander, al igual que su bahía, miraba al sur, a Castilla, a la cordillera, no por casualidad. Extrañamente para un puerto cantábrico, no diría que es una ciudad abierta, sino reservada frente al viajero. Cuesta entrar, aunque más irse un vez descubiertos sus secretos. Descubro asombrado en esta semana del libro que Azorín, autodefinido como observador de los pormenores triviales, capta perfectamente (y un siglo antes!) mi intuición en un precioso y ligero libro que recomiendo para trayectos de metro. Y para cualquier momento, vamos.
"Santander es una ciudad sosegada, metódica, profundamente provinciana (...) El verano no logra desasosegarla o conturbarla. Y aunque en la distante barriada que se extiende frente a las playas una atmósfera elegante y mundana parece, a primera vista, que se ha creado entre las fondas y chalets, pronto, bien pronto, os percatáis de que estáis en un pueblo castellano(..) y de que todas estas gentes que os rodean son excelentes caballeros, buenas señoras, adorables muchachas venidas de León, de Valladolid (...) ¿Comprendéis ya la melancolía de Madame La Fleur? Siente pesar sobre ella este medio prosaico, patriarcal, provinciano. Y ved como se muestra solo en las horas grises del crepúsculo vespertino, y como pasea lenta, cansada por la terraza del balneario, haciendo crujir sus sedas claras y estrepitosas, y cómo se sienta, al fin, junto a la balaustrada, con el libro, que no lee nunca, entre las manos (...) Y en tanto, las olas llegan rugientes, formidables, con roncos sones de tormenta. Y el cielo se ennegrece. Y a la luz del faro, a intervalos simétricos, amengua, crece, vuelve a disminuir, vuelve a crecer, como una esperanza, que se disipa y que retorna..."
José Martínez Ruiz (Azorín). Veraneo sentimental (1904 y 1905)
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