Hacía tiempo que no me ponía tan nervioso viendo al Barcelona. He asistido desesperado a una tensa primera parte y a las continuas alternativas en el juego, no dejando de admirar la valentía de un Guardiola que siempre sale como los buenos trapecistas. Sin red.
Pero debo decir que de alguna manera, y quizá adormecido por años de cansina posesión, ansiaba la llegada del macrodesequilibrio presente. Porque ahora Messi, como la buena política fiscal, aparece como remedio coyuntural y decisivo, y no como pincelada de color casi invisible en el blanco y negro nostálgico de un tiquitaca obsoleto. As usual, los tipos bajos siguen estimulando la inversión, pero en este caso en proyectos con olor a gol. Con este nuevo banquero central, salimos de cara y en vertical, para bien o para mal. El Keynesiano corto plazo del ataque directo ha sustituido al calmado pase en busca del hueco, y creo que era lo que tocaba, porque a largo plazo, todos roques. Xavi cumple como profesor emérito (que ya le tocaba). Rakitic es un desastre, pero da salsa. Y rodeado de vikingos, he coreado por lo bajini un mantra después de que Neymar vengara a Pacman y fusilara de caño al chulito de Mayweather Neuer. Como su primo Adolfo, un apellido perfecto para una transición necesaria. Las seis letras que llevará mi camiseta si nos enfrentamos al Madrid en la final de Champions. Qué mejor elección para el anillo de compromiso. Espero poder gritarlo al cielo madrileño en breve. ¡bota el centro...marca Suárez!!