domingo, 8 de febrero de 2015

Monedero, 400.000 votos y la preferencia revelada

Dicen los (muy suyos pero pragmáticos) ingleses que hablar es gratis, y sólo a través de las hechos se pueden inferir las creencias reales de los sujetos. En español castizo, yo no me fiaría demasiado del Ministro que después de contar las bondades del sistema público de educación lleva a sus hijos al colegio británico. Fue lo primero que me vino a la cabeza cuando me enteré esta semana del todavía oscuro asunto de Monedero, sus dineros y la Agencia tributaria.

Usando una fuente nada sospechosa, me fijo en que dice Ignacio Escolar que "lo criticable en este caso no es que Monedero gane mucho o poco dinero o que facturase a través de una sociedad limitada sin trabajadores: eso es perfectamente legal...". Y es precisamente lo que a mí me parece, a priori, por lo menos reseñable.
En el tema fiscal, la justicia (y no Sáenz de Santamaría y Montoro, tan rápidos ellos en señalar con el dedo a unos ciudadanos y tan lentos en otros casos) dictaminará en función de las pruebas aportadas, y no me siento con derecho ni información para reprochar nada o inferir entre el ruido de sables informativo las conclusiones oportunas.
Pero el hecho de que Monedero justifique que cobró el precio de mercado por sus servicios de consultoría a uno (o varios) supuestos paraísos bolivarianos, o simplemente dé por respuesta el silencio al ser cuestionado por ello no deja de ser irónico. Aproximadamente 400.000 euros de esos de los malvados mercados, cobrados y recibidos por anticapitalistas declarados. Me recuerda a Llamazares ahorrando en fondos de inversión mientras levantaba el puño en los mítines comunistas. Quizá las declaraciones públicas van por un lado y la verdadera procesión va por dentro. 400.000 votos para intercambiar en la perversa máquina amoral de Adam Smith, esa a la que el propio Monedero atribuye (creo yo injustificadamente) gran parte los males del mundo. Demasiada cantidad y cuando menos llamativa, según mi experiencia trabajando en consultoría en una de las empresas líderes del sector. Pero sobre todo un canto a la hipocresía para un autodeclarado admirador de Lenin. 
Echo en falta el reconocimiento público del mercado como instrumento útil, que no como fin de todas las cosas (curiosamente algo que sí reconocen Stiglitz o Krugman, que son citados como referentes cuando interesa). Utilicémoslo donde sabemos que funciona. Controlémoslo donde (en muchos casos subjetivamente) consideremos que están sus sombras (educación, desigualdad, cobertura sanitaria, reglas del juego). No olvidemos la importancia del retículo valorativo que nos subrayó el profesor Anisi. Mi (ideológica) respuesta: Más Suecia y menos Chávez. Pero dejemos de prestar atención a ideologías trasnochadas probadamente fracasadas. Que lo único que hacen es pillar en contradicción una y otra vez a sus defensores y ponerles colorados ante sus posibles votantes, mientras planean una nueva manifestación desde sus teléfonos Apple a través de grupos de Whatsapp, con un Big Mac en la mano. Pero eso sí, las sudaderas del Alcampo, ese gran reducto socialista del colorido (e inexistente) mundo que recuerdan con nostalgia.


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