domingo, 8 de febrero de 2015

Ent-conomía

"¿Lado? No estoy del lado de nadie, porque nadie esta de mi lado, pequeño orco"  
Bárbol, El Señor de los anillos.
Dice Charles Wheelan en su muy recomendable libro de "Economía al desnudo" que eso que llamamos mercado, entendido a vuelapluma como sistema de precios y libre emprendimiento bajo propiedad privada, no es un ente inmoral ni particularmente malvado. Tampoco es un dechado de virtudes al que confiar ciegamente el incierto futuro de nuestras sociedades. Se trata de un instrumento, como diría Joan Robinson, que puede ser utilizado (o abandonado) con distintos fines. Y es, por tanto y en este sentido, amoral. No me resisto a escanciarme, en traducción libre y con anotaciones, algún versículo.

"La economía de mercado es una fuerza muy poderosa para hacer que nuestras vidas sean mejores [...] Al mismo tiempo el mercado es amoral. No inmoral, simplemente amoral. El mercado recompensa la escasez, lo que no tiene ninguna relación inherente con el valor. Los diamantes tienen un precio muy alto, mientras que el agua [...] es casi gratis. Si no hubiera diamantes en todo el mundo, apenas sería un inconveniente. Si desapareciese toda el agua nos moriríamos [...]. El mercado es como la evolución, una fuerza extraordinariamente poderosa que se dedica a recompensar al rápido, al inteligente y al fuerte [yo añadiría, en su apliación práctica conocida, al ya previamente poderoso]. Dicho esto, convendría recordar que dos de las especies más adaptadas en el planeta, son la rata y la cucaracha"

Es, en definitiva, a nosotros, pequeñas motas de Carbono, a quienes nos corresponde intercambiar su neutralidad moral  por militancia activa en servicio de una serie de fines que nos corresponde definir políticamente. Una vez consensuada la solución democrática como (imperfecta) pero operativa manera de agregar nuestras preferencias individuales, y la existencia de planeta y tiempo para definir nuestros objetivos, dos conclusiones puedo sacar en claro.

La primera, la conveniencia de recuperar ese apellido de "política" que la economía llevó hasta el cisma Marshalliano. Nuestra cosmovisión es indisoluble de las soluciones que planteemos a los problemas de escasez que desde Robbins y Friedman consideramos como centrales de nuestra disciplina. El sueño de una economía completamente libre de juicios de valor a las buenas constituye una fatal arrogancia, y a las malas, uno de esos letargos de la razón que inevitablemente producen monstruos. No quiero (como quizá sugiera aquí el profesor Anisi) adoptar al respecto sin embargo la posición de negar cualquier carácter científico a la disciplina, pues el método seguido debe ser riguroso y el análisis de los economistas puede arrojar (y efectivamente lo ha hecho) una luz decisiva que contribuya al progreso (una buena defensa desde la profesión, aquí). Es un hecho que el tratamiento de las recesiones de hoy se beneficia de los estudios rigurosos del pasado.

La segunda, la propuesta, conocida con el quizá tibio nombre de Tercera Vía de que utilicemos el mercado con pies de plomo y toda la parsimonia que nos podamos permitir. Apoyémonos en regularidades y análisis de los expertos en la materia. Pero no olvidemos que, al igual que la justicia, y por su carácter instrumental, la máquina de Adam Smith es ciega, y en ello van sus virtudes y defectos. El voto se mide en euros y no en personas, y como cualquier estudiante de primero de microeconomía puede fácilmente discernir, las demandas de aquellos que no pueden apoyar sus reivindicaciones en el lenguaje del verde billete son invisibles. La dolorosa realidad lo muestra a las claras: las bolsas de exclusión y desigualdad siguen muy presentes hoy, y tienen que ver con grupos masivos de individuos sin voz en este particular lenguaje de las economías modernas. Personas nacidas supuestamente iguales a nosotros, pero sin el "privilegio" de lo que Clower o Leijonhufvud definirían como capacidad para sustentar sus demandas nocionales y traducirlas en voces efectivas. Si seguimos con la metáfora linguîsitica que tanto agradaría a Tolkien, estamos hablando de una gran parte de la humanidad sin diccionario ni medios para hacerse entender en un mundo que presenta como única una Lengua Común que en realidad empobrece, Llevemos más allá la reflexión. ¿Es compatible declarar supuestos derechos que no pueden ser ejercidos a través del único código que el mercado entiende? Hablar de derecho a una vivienda digna sin proporcionar a los individuos los medios (monetarios o no) para garantizarla suena a los más perjudicados como un intolerable brindis al sol, o a las malas como una malévola sonrisa del subastador Walrasiano ante el que se postran los curanderos que se autodenominan expertos.

Es relevante por tanto reiterar, como señala a las claras David Anisi, parece que alguien quiere hacernos creer que la taladradora es la única alternativa. No son el mercado, ni menos sus versiones Sui Generis de capitalismo de amigotes, las únicas herramientas de la caja, y su presentación como única vía constituye un claro caso de fraude intelectual, como podrán bien comprobar los consumidores de electricidad durante este frío enero. El mercado desnudo es frío y calienta la creación de escasez, como el  histórico caso de los diamantes muestra a las claras. Humanicémoslo y no insultemos como economistas el entendimiento del que no llega a fin de mes. Nuestro fracaso en la distribución (objeto de la economía según los Ricardianos) es patente. La igualdad de oportunidades parece resentirse en un mundo de crecientes diferencias

Lo mismo que el sorprendido Meriadoc Brandigamo, alcemos la voz, argumentemos y abramos la caja de herramientas, esa que por intereses más o menos inconfesables parece cerrada para unos y descartada en las reuniones de la Gente Muy Seria. Convenzamos a los Bárbol de turno de que merece la pena tomar partido en nuestra particular guerra del anillo. Desde la humildad, pues incluso los concilios de los grandes yerran. Las cicatrices del corto plazo serán visibles en ese largo plazo que dibujan los macroeconomistas clásicos. Y Sauron, aparentemente destruído en aquellas batallas del siglo XX, sigue acechando. Aunque algunos no quieran ver.


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